Desde luego una cosa no se le puede negar a Alan Moore: siempre ha tenido un buen ojo para sacar a la luz talentos que, de otra manera, habrían permanecido confinados en los márgenes del underground más minoritario. Sucedio con la excelente Melinda Gebbie, que ya tenía una carrera dilitada hasta que se encargó del dibujo de The lost girls, atrayendo la atención internacional, y antes que ella con personalidades hoy tan justamente relevantes como David Lloyd, Dave Gibbons y Eddie Campbell, autor éste último de dos de las mejores series alternativas de las últimas décadas: Baco y Alec, ambas editadas (o en proceso) por Astiberri en estupendas y muy recomendables ediciones.
Pero todo tiene un comienzo, y ese podría ser perfectamente
la andadura de Moore en la serie “La cosa del pantano”, sin duda su Obra
maestra (al menos hasta el número 50. Lo que vino después era, ejem,
discutible). Gracias a estos cómics, que reverdecieron un personaje que llevaba
languideciendo en pantanosa mediocridad desde que Len Wein y Berni Wrightson se
desentendiesen de su criatura allá por los 70, los fans españoles pudimos
conocer y disfrutar del trabajo de tres grandes autores: John Totleben, cuya
carrera en solitario nunca acabo de despegar, pese a excelentes trabajos en
Miracleman y al libro de ilustraciones Fetal Brain Tango; el ya conocido por
los visitantes del Blog Sucio, Stephen Bissette, creador entre otras muchas
Obras maestras de la antología Taboo y de la excepcional serie inconclusa
Tyrant, y el caballero que nos ocupa hoy, el simpar Rick Veitch.
Hablar de Veitch es hablar de un talento iconoclasta y feroz
que no admite parangón, de un Artista con mayúsculas de desbordante
imaginación, de un guionista imaginativo, original y retorcido, de un dibujante
genial y personalísimo y de un colorista mágico.
La carrera de Rick Veitch, comenzó de la mano de Stephen
Bissette y la Joe Kubert School, desparramándose a través de un puñado de
feroces historias cortas para las más variopintas publicaciones, hasta que a
finales de los 70 se les encomendó la marciana tarea de adaptar al cómic nada
menos que la película de Steven Spielberg 1941.
Por supuesto, ambos estuvieron a la altura, y el resultado
fue un trabajo personalísimo, brillante, sórdido, feista, ofensivo, tan
enloquecido que provocó la airada protesta del mismísimo Spielberg (que, al
menos, admitió que sus autores tenían
talento aunque demente) y el rechazo del público, frustrando las expectativas
que su editor, Heavy Metal, tenía en conseguir un nuevo éxito de crítica y
público equiparable al obtenido por la hoy clásica adaptación de Alien, el
octavo pasajero, realizada un año antes por Archie Goodwin y Walter Simonson.
A continuación, el talento sin freno de Veitch se desparrama
en un puñado de historias cortas para la revista Epic, donde se destapa como un
colorista excepcional, con un uso mágico del aerógrafo, equiparable al del
mismísimo Richard Corben, lo que le valió encargarse de los colores de otra
adaptación al cómic: la llevada a cabo por Al Williamson de la película Flash
Gordon. De esa época datan también dos de sus mejores trabajos: la serie en 8
partes Abraxas and the earthman y la novela gráfica Heartburn. Pura psicodelia.
Estos trabajos, inéditos en España, pueden adquirise en tres
maravillosos volúmenes imprescindibles
titulados Shiny Beasts, Abraxas and the earthman y Heartburn and other stories.
No quedó ahí la cosa: paralelamente a su extraordinario
trabajo en la comentada La cosa del pantano (donde se ocupó nada menos que de
la creación gráfica del pesadillesco Invunche), comenzó a poner los cimientos
de su trilogía superheroica de gran acidez (en el sentido de humor ácido, pero
también de lisergia) y que debería ser bien conocida por los lectores
españoles. Me refiero a su trilogía formada por The one, The Maximortal y The
Brat Pack, editadas aquí por Norma editorial y aún fácilmente conseguibles,
aunque sean de segunda mano.
Tras la marcha de Moore de La cosa del pantano, Veitch tomó
las riendas de la serie, terminando con una polémica de órdago cuando DC se negó
a publicar un capítulo en el que Swampy se transmutaba en lago así como la cruz
donde estaba clavado Jesucristo, lo que provocó su marcha… para bien.
Ya que ello le permitió iniciar la que tal vez sea su obra
más personal: una especie de mapa onírico de sí
mismo y su relación con los demás titulada Roarin´Rick Rarebit Fiends.
Una gloriosa serie de 21 números que es de lo mejorcito editado por el cómic
USA de los 90. 20 números de la serie fueron recopilados en 3 tomos (Rabid eye,
Pocket Universe y Crypto Zoo), dejándose
colgado el nº 21 ya que iba a suponer el principio de una saga o un cambio de
rumbo que no llegó a cuajar. Tristemente, todo esto permanece inédito en
España.
Tras reencontrarse en los 90 con Alan Moore y sus Tomorrow
Stories, realizar con Bryan Talbot la miniserie
Teknophage, y escribir para Image la miniserie Cy-Gor entre otros
trabajos, Veitch volvió a DC para crear otra de sus Obras Maestras: la novela
gráfica de 400 páginas Can get no. Una personalísima parábola sobre el 11-S con
dos niveles de lectura: uno para las imágenes, que desarrollan una historia
muda emparentada con Timothy Leary, Phiilip K Dick, Ray Bradbury y Wiilliam
Burroughs y otro para los (en ocasiones) impenetrables textos. Un rotundo
ejemplo de afirmación artística, que nunca ha visto la luz en nuestro país.
Además se ha encargado de la serie satírica para Vertigo
Army@love y de proyectos tan curiosos como una personal y extraña versión del
clásico personaje The question, o la aclamada historia de Las Tortugas Ninja
“The river”
Desde luego, y tras tantos años una cosa está clara: al
inconformismo de Rick Veitch todavía le queda cuerda para rato. Y mientras
esperamos su próxima Obra Maestra podemos acudir a comprar las ediciones
americanas de sus mejores creaciones, ya sea a través de Amazon, Atomic Avenue,
mycomicshop o comics que merecen.
Merece la pena. Palabra del lector furioso.
Sigan atentos a este, el blog de referencia del auténtico
cómic independiente
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